SEMANA CULTURAL: Gloria Fuertes. 
Esta semana
cultural será dedicada a Gloria Fuertes en la que enseñaremos a los pequeños
lectores quien fue y les acercaremos al mundo de los cuentos y la poesía. 
La realizaremos con
niños de primer ciclo de primaria, primero o segundo curso. 
Se realizará en
cinco sesiones de una hora cada una, utilizando la hora de Lengua Castellana y
Literatura, durante toda una semana. 
Lunes
En esta primera
sesión revisaremos los conocimientos previos de nuestros alumnos sobre los
cuentos: cuales conocen, cual es su preferido o si recuerdan alguno que le
cuenten en casa, y si saben quien ha escrito esos cuentos.
Gloria Fuertes nació en Madrid 
A los dos días de edad, 
Pues fue muy laborioso el parto de mi madre 
Que si se descuida muere por vivirme. 
A los tres años ya sabía leer 
Y a los seis ya sabía mis labores. 
Yo era buena y delgada, 
Alta y algo enferma. 
A los nueve años me pilló un carro 
Y a los catorce me pilló la guerra; 
A los quince
se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía. 
Aprendí a regatear en las tiendas 
Y a ir a los pueblos por zanahorias. 
Por entonces empecé con los amores, 
-no digo nombres-, 
gracias a eso, pude sobrellevar
mi juventud de barrio. 
Quise ir a la guerra, para pararla, 
Pero me detuvieron a mitad del camino. 
Luego me sali una oficina, 
Donde trabajo como si fuera tonta, 
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-. 
Escribo por
las noches 
Y voy al campo mucho. 
Todos los míos han muerto hace años 
Y estoy más sola que yo misma. 
He publicado versos en todos los calendarios, 
Escribo en un peridico de niños, 
Y quiero comprarme a plazos una flor natural 
Como las que le dan a Pemán algunas veces.
Seguidamente
les preguntaremos si conocen quien es nuestra protagonista, y a raíz de ahí les
contaremos algo más de ella: un poco de su biografía, su obra, tanto cuentos
como poesía o teatro para niños.
También es
interesante contarles que además de poesías 
cuentos infantiles realizó cuentos para mayores y programas de
televisión, como por ejemplo Un globo, dos globos, tres globos.
Tras contarles en
clase algo más sobre nuestra protagonista, repartiremos a los alumnos una ficha
a completar con los datos más relevantes sobre ella.  En la realización de esta ficha les iremos
guiando porque es probable que muchos datos no los recuerden. En dicha ficha
también tendrán que realizar un dibujo de cómo creen que es nuestra autora y
cuando la hayan realizado comentaremos en clase porque creen que es así, y
seguidamente les enseñaremos la imagen real de la autora para que la puedan
comprar con sus dibujos. Para finalizar la sesión leeremos la propia
autobiografía que ella elaboró.
Martes
Este día lo
dedicaremos a recitar en clase una selección de poesías de nuestra autora.
LA
VACA LLORONA
La
vaca está triste,
Muge lastimera,
Ni duerme, ni bebe
Ni pasta en la hierba.
La vaca está triste,
Porque a su chotito
Se lo han llevado
Los carniceros
Al mercado.
Está tan delgada,
La vaca de Elena
Que en vez de dar leche,
Da pena
La pata
mete la pata
La
pata desplumada,
cua, cua, cua,
como es patosa,
cua, cua, cua,
ha metido la pata,
cua, cua, cua,
en una poza.
-¡Grua!,
¡grua!, ¡grua!
En la poza había un Cerdito
vivito y guarreando,
con el barro de la poza,
el cerdito jugando.
El
cerdito le dijo:
-Saca la pata,
pata hermosa.
Y la pata patera
le dio una rosa.
Por
la granja pasean
comiendo higos.
¡El cerdito y la pata
se han hecho amigos
Doña Pito Piturra
Doña Pito Piturra
tiene unos guantes,
Doña Pito Piturra
muy elegantes.
Doña Pito Piturra
tiene un sombrero,
Doña Pito Piturra
con un plumero.
Doña Pito Piturra
tiene un zapato,
Doña Pito Piturra
le viene ancho.
Doña Pito Piturra
tiene toquillas,
Doña Pito Piturra
con tres polillas.
Doña Pito Piturra
tiene unos guantes,
Doña Pito Piturra
le están muy grandes.
Doña Pito Piturra
tiene unos guantes,
Doña Pito Piturra
¡lo he dicho antes!
El hada acaramelada
Hada acaramelada,
de pequeña atolondrada
pues soñaba con ser hada
de cucurucho y varita.
Su madre, doña Rosita,
dándole beso tras beso,
le dijo: ¡Nada de hada,
que ya no se lleva eso!
¿Cómo vas a ser un hada
con ese flequillo tieso
y esos ojitos de ratón,
si ya no se lleva eso?
Somos pobres, no hay castillo,
tu padre suda en el trillo,
yo sudo en el lavadero...
(La niña lloró sobre la cesta de ropa,
y la cesta se llenó de pipas y caramelos)
Con un periódico se hizo
un cucurucho muy tieso,
de esta forma se sentó
a la puerta del colegio.
Con su cesta milagrosa,
con su varita de fresno
para espantar a las moscas
del puesto de caramelos.
¡Todo gratis, todo gratis!,
se leía en un letrero.
Después en clase comentaremos las
poesías leídas y les pediremos que elaboren una poesía dedicada a algún animal.
Después para completar esa actividad
tendrán que dibujar el perfil de ese animal para después pegarlo sobre un trozo
de goma eva y colgarlo por la clase.
Miércoles
Les presentaremos un poema que se llama
“La araña”. Les enseñaremos una coreografía para acompañar la poesía, con gran
expresividad andaluza. La repetiremos varias veces hasta que veamos que se han
enterado. Después repartiremos una ficha con el poema y un dibujo que deberán colorear.
Jueves
En este día dividiremos la clase en
grupos de 4 o 5 alumnos y les daremos a cada uno un texto de teatro que deberán
representar con marionetas al resto de compañeros. Estas marionetas las
elaborarán ellos mismo usando como material principal un calcetín que ellos
decorarán parar personalizar sus personajes. En esta actividad les ayudaremos
en la preparación de la representación y la elaboración de las marionetas si
fuera necesario.
Cangura para todo
  Sonó el timbre.
  El señor abrió la puerta.
  La escalera estaba muy oscura.
  Alguien, con un pañuelo atado a la cabeza, le
entregó una tarjeta que decía:
     "Se ofrece cangura muy domesticada
para doméstica"
  --Pase, por favor; llevamos un mes como locos
sin niñera ni cocinera. Siéntese.
  El señor abrió de par en par la ventana y de
par en par los ojos.
  Ante él tenía un canguro imponente.
  --!Pero bueno! ?Pero cómo? ?Pero cómo ha
llegado usted aquí? --Pues saltando, saltando, un día di un salto tan grande
que me salté el mar.
  --!Clo! !Clo! -el señor parecía que iba a
poner un huevo, pero era que llamaba a su esposa, que se llamaba Dulce Mariana
Clotilde del Carmen, pero él, para abreviar, la llamaba Clo.
  Apareció Clo y desapareció al mismo tiempo
gritando:
  --!Dios mío, hay un canguro en el sofá! !Un
canguro! --Cangura, señora, cangura, soy niña -aclaró el animalito, estirando
sus orejas y lamiéndose las manos.
  --!Ven, Clo! Ten confianza...
  Volvió a aparecer Clo muerta de asombro.
--Mírala
bien, parece limpia y espabilada, además a los niños les gustará; yo creo que
conviene que se quede en casa.
  Clo, la señora, miraba a la cangura de reojo,
tragando saliva...
  --?Cuál es su nombre? -preguntó por
preguntarle algo.
  --Marsupiana, para servirles.
  Y la cangura se quedó en casa para servirles.
  !Y qué bien servía! Desde la mañana comenzaba
a trabajar.
  --!Marsupianaaa! Tráenos el desayuno a la
cama.
  Y la cangura, con su bandeja en la tripa, iba
y venía veloz.
  --!Marsupianaaa! !Vete a la compra! Y la
cangura iba y venía veloz con su "bolsa" llena de verduras, botellas
y pescadillas.
  --!Marsupianaaa! !Lleva a los niños al
colegio!...
  --!Marsupiana! !Lleva a los niños de paseo,
lleva el cochecito! --No señora, no lo necesito.
  La cangura metía a los dos pequeños en su
"bolsa-delantal" y a los otros dos se los montaba en la potente cola
y saltando de cinco en cinco los escalones se plantaba en un segundo en el
portal.
  Cruzaba la calle de un salto por encima de
los coches y por encima del guardia de la porra.
Lo
tenía bizco.
  Marsupiana para todo era rápida, trabajadora
y obediente.
Los
señores estaban muy contentos con ella, le subieron el sueldo.
  Y le hicieron la permanente.
  --!Marsupianaaa! Date una carrera a casa de
mi suegra, que no funciona el teléfono y tú llegas antes que un telegrama.
  --?Y qué le digo? --Lo de siempre, que no
venga.
  --!Marsupianaaa! --Mándeme, señora.
  La señora tenía una regadera en la mano.
  --Mira, Marsupiana, esta tarde tenemos una
fiesta y tú tienes que ayudarme.
  --Sí, señora; cuando vengan las visitas les
quito el abrigo, los sombreros, los paraguas, todo. Y les sirvo las rosquillas
y la gaseosa... !Estaré de camarero! --!No, vas a estar de florero! Mira, te
colocas en este rincón, ahí, !quieta! !No te muevas! Y ahora, abre bien la
"bolsa".
  La cangura abrió también la boca mientras
doña Clo le regaba la tripa.
  --!Aaaay! --?Qué te pasa? --!Que está muy
fría el agua, señora! Doña Clo bajó al jardín y volvió con un gran ramo de
flores; estas flores las fue colocando muy artísticamente dentro de la bolsa de
la cangura.
  --!Aaaay! --?Qué te pasa ahora? --!Que me
hace usted cosquillas con los tallos, doña Clo, en el mismísimo ombligo! 
  Llegó la hora de la fiesta y Marsupiana fue
el comentario de los invitados.
  --!Uy, qué precioso rincón! !Qué maravillosa
escultura! !Qué original florero! --!Qué realismo! Parece que esté vivo y
coleando...
  --Pero... ?Qué es esto?
-preguntaban
las más estúpidas.
  --Ya veis lo que es, una cangura disecada, mi
marido es cazador y tiene muchas.
  A Marsupiana cada vez que la llamaban
"disecada" le daban temblores y le entraban ganas de estornudar...
  Lo peor fue cuando una avispa empezó a pasar
y repasar a un centímetro de su hocico.
  La cangura sudaba y bizqueaba siguiendo el
vuelo del insecto, hasta que sintió un terrible picotazo en la punta de la
nariz y, dando un gran salto, se encaramó a la lámpara del techo.
  --!Socorro, el canguro se ha desdisecado!
Cuando la cangura Marsupiana miró hacia el suelo, había una alfombra imponente
de señoras desmayadas; menos doña Clo, que le dio por reír.
  Llegó el calor, y con el calor bajaron las
maletas de los armarios. Como no les cabían todas las ropas, tuvieron que usar
a la cangura de maletín.
La
facturaron como equipaje porque costaba menos que un billete.
  Le pegaron una etiqueta en la tripa con las
señas del Puerto.
  La etiqueta se le despegó con el calor y el
Jefe de Correos la mandó a Australia.
  Marsupiana estaba cansada, aburrida y mareada
del barco.
  Cuando oyó que se paraban las máquinas, !ya
no pudo más! Saltó por una ventana redonda y fue a parar al agua,
afortunadamente cerca de la playa.
  Aquel sitio le era conocido, aquellos montes
y aquellos árboles le recordaban algo...
  De pronto, una nube de canguros la
acorralaron y la besuquearon.
Todos
sus primos y demás familiares brincaban de felicidad riendo a carcajadas con la
cola.
  --!Marsupiana! !Marsupiana! --!Bienvenida,
gorda y sana! --!Qué alegría volverte a ver! --!Uy, qué de regalos nos trae!
--!Qué regalos ni qué canguro muerto! Éstos no son regalos, son propiedad de
doña Clo... 
  Marsupiana no pudo seguir hablando, no la
dejaban, y emocionada por el cariño que le demostraba su pueblo, decidió
quedarse en la isla, que al fin y al cabo era lo suyo.
  Y se puso a peinar y a lamer a los canguritos
pequeños porque le recordaban a los hijitos de doña Clo.
Chin-Cha-Te y el príncipe
Kata-Pun-Chin-Chon
El
chinito Chin-Cha-Te parecía una yema de huevo. Como era muy amarillo y le
habían hecho un traje también amarillo, daba risa verle.
  El chinito quería ser artista y pintaba
jarrones, abanicos y biombos. Como era muy travieso y algo presumido, un día encontró
en su casa un frasco de colonia y se empapó el pelo; al momento vio horrorizado
que su coleta crecía y crecía rápidamente hasta llegarle a la cintura y luego
al suelo y luego salía por debajo de la puerta y se extendía por el pasillo.
  --?Qué es esto? -se preguntó asustado.
--!Esto
es que te has echado mi tónico crecepelo! -gruñó el abuelo Ki-Fu-. En castigo
has de quedarte así: jamás te cortarás la coleta ni un centímetro.
?Lo
oyes? --Sipi -contestó Chin-Cha-Te, lloriqueando.
  Cierto día estaba Chin-Cha-Te en su tienda
con su descomunal coleta enrollada a modo de bufanda, cuando pasó por allí para
comprar abanicos nada menos que La-Pa-Ka, princesa de Pekinini, y nada más ver
al chinito se enamoró.
  --?Te quieres casar conmigo? --Soy muy feo,
tengo los ojos pequeños y la coleta muy grande.
  --No me importa. A mi lado te crecerán los
ojos y jugaremos a la comba con tu coleta.
  Chin-Cha-Te dijo que bueno.
Pero el
rey dijo que malo, que su hija la princesa La-Pa-Ka no podía casarse con un
bohemio.
  --!Quiero al chinito, papá! --Hija mía,
!estás como una cabra! ?Cómo vas a casarte con un pintaabanicos! Y además con
ese nombrecito que tiene... ?No sabes que están anunciadas tus bodas con el
príncipe Kata-Pun-Chin-Chon? --Sí, lo sé, rey padre...
pero es
que...
  --?Es que Chin-Cha-Te es más guapo? --No es
que sea más guapo, es que es más bueno...
  --?Más bueno que Kata-Pun, que lleva cinco
años guerreando para poderte ofrecer seis islas como regalo de boda? --?Y para
qué quiero seis islas, padre? Yo lo que quiero es saltar a la comba con la
coleta de Chin-Cha-Te.
  De un momento a otro tenía que llegar al
palacio el príncipe Kata-Pun-Chin-Chon.
Paseaba
muy triste la princesa por uno de los puentes del gran foso cuando en un
descuido cayó al agua que estaba llena de cocodrilos.
  --!Glu! !Glu, glu! !Me estoy ahogando!
!Salvadme! !Salvadme! Kata-Pun se rascaba el casco pensando... Tirarse sobre
aquellas aguas llenas de bichos, la verdad, era como para pensarlo...
  --!Espera! -gritó a la princesa.
  --!!No hay tiempo para esperar!! -sonó la voz
del valiente Chin-Cha-Te, que oportuno andaba por los alrededores.
  Chin-Cha-Te, con gran destreza, desenrolló su
coleta y la lanzó al agua.
  --!Cógete bien, oh Pa-Ka mía: no temas
hacerme daño! El chinito tiró de su coleta hasta subir a la superficie a la
princesa en el momento en que uno de los cocodrilos nadaba hacia ella.
  La princesa, toda mojada, dijo al príncipe
guerrero:
  --!Chín-cha-te! Y Chin-Cha-Te, todo contento,
exclamó:
  --!Bella Pa-Ka! --!Hija mía! -dijo el rey,
que tembloroso había estado contemplando el accidente-. !Dame un besito, y dame
otro besito Chin-Cha-Te! Los besó emocionado y, dirigiéndose al cobarducho del
príncipe, habló:
  --Lo siento por ti, Kata-Pun-Chin-Chon, pero
la mano de mi hija, la princesa La-Pa-Ka, es para el valiente Chin-Cha-Te.
La avestruz Troglodita
Troglodita
era la única avestruz que quedaba en el desierto.
  En el desierto cercano al nuevo reino recién
civilizado.
  Los domingos se iba al cine y se compraba una
peseta de imperdibles que devoraba nerviosa mientras los malos tiroteaban a los
buenos.
  Entre semana, sólo comía lo que encontraba:
cremalleras, corchetes, automáticos de pasta y alguna que otra tachuela.
  Troglodita se llevaba bien con la gente, pero
echaba de menos a sus semejantes, los avestruces.
                            Por fin puso un
huevo de aluminio. Y salió un tractor chiquitito andando. Andando andando llegó
el tractor hasta una granja pobre y se ofreció gratis para trabajar.
  Troglodita siguió los pasos de su extraño
hijito y se quedó cerca de él mirando cómo arrancaba las malas hierbas.
  Unos tremendos ruidos la hicieron temblar de
pico a pata.
Los
ruidos crecían. Trogloditina llevaba una semana sin sacar la cabeza de entre la
arena y ya no podía más.
  --?Cómo es posible que una tormenta dure
tanto tiempo? -se decía-. Miedo me da, pero yo me asomo.
  Se asomó y... !Qué tormenta ni mono vivo!
!Aquello era algo peor que tormenta y que tormento! Aquello era... !Una
cacería!
Pero
!qué cacería tan increíble! Los pacíficos negritos de un lado de la selva se
habían liado a "cazar" a los pacíficos negritos del otro lado.
  Todos iban vestidos por primera vez, llevaban
hasta correaje.
  !Disparos, explosiones, truenos, rayos y
tambores! La avestruz no entendía nada.
  Temblando del susto, volvió a meter la
cabeza, esta vez bajo el ala.
  Los disparos le peinaban todas las plumas
tiesas de miedo.
  La avestruz meditaba: Es una vergüenza que yo
esté así, pensando sólo en mí y temblando como un cobarde conejo...
  Troglodita sacó su cabeza de debajo del ala y
miró alrededor:
(con la
noche se apagaron los ruidos y los fogonazos) todo estaba oscuro. Troglodita no
veía nada -tenía un hambre que no veía-. Andaba despacito, levantando mucho sus
largas patas para no tropezar con nadie...
  A los lados del río descansaban los
guerreros.
  --!Ésta es la mía! -se dijo la avestruz-.
!Vaya festín que me voy a dar. Y así fue.
  Mientras dormían los soldados de ambos lados,
Troglodita se tragó todos los sables de unos y otros.
  Y gracias a la heroica avestruz reinó la paz
en el reino.
Picassín el gato abstracto
  Picassín no era un gato de tejado, Picassín
era un gato de tierra.
  Era de color de gato, leopardés, grandes
ojos, grandes orejas y rabo de pincel.
  Vivía donde nació, en un solar; había cogido
cariño a aquellas montañas de cascotes y ladrillos rotos que fueron su primera
casa.
  Vivía solito, pero tranquilo.
Todas
las mañanas unas señoras gordas venían a darle el alimento -Picassín creía que
eran hadas-, vaciaban unos cubos de muchas cosas, entre las que el gato
encontraba pellejos, espinas y hasta cortezas de queso.
  Una mañana no vinieron las señoras gordas.
  Vinieron los señores flacos, cuadrillas de
obreros iban y venían hacendosos como hormigas.
  Picassín dormitaba. Un ruido infernal le hizo
desenroscarse de su sueño. Siete máquinas feroces como siete diplodocus
deshacían a mordiscos el solar.
  Picassín abrió un ojo y salió corriendo;
asustado se agazapó en un hoyo.
  --!Bis bis bis bis! -le llamaban.
  --!Bis bis bis bis! -le cogieron.
  Era la primera vez que al gato le cogía una
persona, por eso se sacudía como un besugo entre las manos grandes y ásperas
del obrero... Después, le gustó aquella experiencia y, cuando el obrero lo
soltó para seguir trabajando, Picassín se sentó a su lado y miró tiempo y
tiempo aquellas manos que le habían dado la primera caricia.
  Total, que Picassín se quedó allí a trabajar
de "Gato de la obra".
  !Qué bien lo pasaba! La comida era diferente,
ahora consistía en lamer tarteras y tarteras, aprendió a comer lentejas y
garbanzos y se puso como un balón.
  Picassín durante el día se dormía en una
espuerta y por la noche cuidaba de las herramientas.
  La casa llegó a ser alta, preciosa, de
ladrillos y mármol.
Las
oficinas del sótano ya estaban terminadas.
  Una noche, Picassín se cayó dentro de una
cuba de pintura añil. Salió de la cuba con gran trabajo y se sacudió ochenta
veces; la recién blanqueada pared quedó salpicada de estrellas azules. Molesto
por la sensación y el olor de la pintura, Picassín se restregaba contra las
paredes, fuerte o suavemente, y descubrió que "aquello" quedaba muy
bonito.
  Empezó a mover el rabo de contento y lo metió
sin querer en un bote de pintura.
  --!Uy! !Remiau! !Qué cosas aparecen cuando me
acerco a los ladrillos! En vista de lo visto, Picassín, ya cuidadosamente,
metió la punta de su rabo de pincel en diferentes botes de pintura y, vuelto de
espaldas, sin mirar, como un torero, empezó a llenar las paredes de formas y
signos de colores.
Final
del cuento y soponcio del Arquitecto.
  Aquella misma mañana apareció por allí el
señor Arquitecto; bueno, apareció y desapareció, porque nada más ver las
paredes le dio un patatús y cayó en brazos del Consejero comprador.
  El señor Arquitecto volvió en sí ante un
grupo de obreros que le daban aire con sus gorras, y les dijo con voz de
trueno:
  --?Quién ha pintado eso? Un silencio casi
sepulcral...
  --!Que venga el guarda de la obra! --Señor
Arquitecto, el guarda de la obra no puede venir, se ha ido a su casa a recibir
a la cigüeña...
  El señor Arquitecto se puso en pie y,
apuntando uno a uno con el dedo a los obreros, volvió a preguntar:
  --¿Quién ha hecho eso? Cincuenta pares de
pies de obreros temblaban dentro de sus zapatillas. El señor Arquitecto cambió
el tono de su voz...
 --¡Por favor!... Piensen ustedes que, el
autor, ¡el autor de }eso}... puede ser }millonario} en ocho días! Los obreros
se miraron los unos a los otros y dejaron de temblar.
  !Qué ocasión tenían todos de dejar de ser
pobres solamente por una mentirola! Y no, ninguno mintió. Todos esperaban que
algún compañero diera un paso adelante, para abrazarle como a un futbolista
goleador. Pero no... No apareció el artista-autor.
  Los maravillosos y originales dibujos
adornaban el fondo de la escena.
  Picassín, que no entendía nada de lo que
pasaba, escondía su rabo entre los barrotes del radiador.
La
 Pepona
Uno de
los puestos de la plaza era el del tío Vicente.
  El puesto parecía una pequeña cocina en cuyos
vasares relucían en vez de pucheros, juguetes, cajas de construcción, muñecos,
trenes, cubos y pelotas.
  En un rincón estaba la Pepona, la muñeca barata,
con sus colores, su pelo de mentira pintado en la cabeza y sus botas, de
mentira también, pintadas en las delgadas piernas de cartón.
  Encima de su cuerpo sólo llevaba un
vestidito, descolorido ya, abrochado con un clavo en la espalda; era de esa
tela con la que hacían las bolsas de los "confettis" en carnaval.
Tres años hacía que la llevaban al puesto de navidad y tres años llevaba allí
sin que nadie la comprara.
  La
 Pepona sería fea y estaría mal vestida, pero era un encanto
de muñeca; todos los años escribía a los Reyes y todos los años les pedía lo
mismo: Que le echaran una niña.
  Aquella noche hacía más frío que nunca y, sin
embargo, había más gente que nunca alrededor del puesto.
  Una mujer con un abrigo azul muy limpio, pero
muy viejo, llevaba un rato mirando a la Pepona. Por fin se fue sin decir nada.
  La muñeca Pepona tenía frío, pero no se
quejaba; estaba entretenida y muy contenta viendo la ropa de una muñeca que
había delante de ella. Tenía cinco abriguitos y hasta impermeable y botas de agua.
Tan distraída estaba, que no sintió que la cogían por las piernas.
Era la
misma mujer de antes.
Habló
unas palabras con el dueño del puesto, regateó, y, por fin, la compró.
  A la Pepona le latía el corazón. !Era feliz! !Por fin,
los Reyes la habían escuchado! Este año la muñeca tendría una niña con quien
jugar. ?Qué sorpresa le esperaba? ?A qué casa la llevarían? La Pepona se encontraba a
gusto en los brazos de aquella mujer tan humilde.
  Pepona estaba extrañada, la llevaron a una
casa muy elegante, y la colocaron en el balcón sobre un montón de preciosos
juguetes.
  La mujer que la compró era la cocinera de
unos señores y se la regalaba a la niña de la casa.
  Temblando de emoción y de frío, pasó Pepona
la noche de Reyes, esperando que se hiciera de día.
  Apareció ante ella una niña delgada, que
miraba todos los juguetes sin demasiada ilusión.
  --Me gusta ésta -y cogió en sus brazos la
muñeca rubia con abriguito de piel; en la Pepona ni siquiera se fijó, y la pobrecita empezó
a llorar y se puso hecha una birria, toda descolorida.
  Más tarde se acercó la mamá de la niña al
balcón, y cogiendo a la Pepona
se la enseñó a la niña.
  --Mira, hija, qué muñeca más graciosa te han
echado los Reyes de Petra.
  --No la quiero -contestó la niña.
  --No me quiere... -lloró la muñeca.
  Y en vista de esto la Pepona fue a parar al
cuarto de los trastos, donde, entre papeles y paquetes, la metieron en un cesto
que olía a naftalina; y allí quietecita se pasó todo un año, bastante triste,
porque lo más horrible de todo lo que le sucedía era que ya no tenía esperanza,
ni ilusiones, ni ganas de jugar, ni nada.
  Pero un día, un Currito, un muñeco
descarrilado que también compartía sus penas con ella en el fondo del cesto, le
dijo:
  --Oye, Pepona, ?me dejas un pizarrín para
escribir a los Reyes? Les voy a pedir un Teatro para poder hacer reír a los
niños. ?Tú no vas a escribir a los Magos? --No. Ya no creo en ellos -dijo muy
enfadada y muy triste-, llevo toda mi vida pidiéndoles que me echen una niña y
nunca me hicieron caso.
  --Oye, sabrás que los Reyes Magos existen,
que los Reyes Magos existen, se han podido perder tus cartas, escríbeles este
año otra vez -aconsejó el Currito Chepita.
  Y Pepona volvió a escribir a los Reyes y
volvió a pedirles una niña.
Al poco
tiempo entró la señora con la chacha en el cuarto de los trastos y comenzó a
revolver por allí.
  --Todo esto para la trapera -oyó decir la Pepona, y entre aquellas
cosas estaba ella.
  Por la noche se despidió del Currito Chepita
y éste le dijo:
  --!Buena suerte! La sacaron a la calle metida
en un capacho, la subieron al tranvía y durante el viaje se durmió. Pepona
había perdido la cuenta del tiempo y no sabía que estaba enero en el
calendario, hasta que se encontró en una casa muy rara que no parecía casa, donde
olía a humo y no había casi luz.
  Se vio rodeada de animales ineducados que la
olían y metida en un zapato muy viejo.
  Allí pasó la noche; pasó frío y pasó un gato
por encima de ella.
  Estaba triste. "Los Reyes existen, los
Reyes existen", creía oír la voz del Currito que la animaba. Después le
dio miedo y se puso a llorar, quitándose la poca pintura que le quedaba y
quedándose más fea de lo que en realidad era, y así llorando se quedó dormida.
  La despertaron unos sonoros besos (los
primeros que había tenido en su vida) y unos jubilosos gritos que daba una
niña:
  --!Madre, mire! !Este año han venido los
Reyes! !Me han echado una Pepona! !Si es muy guapa! !Qué poca ropa tiene! Le
haré vestiditos con mis trapos. !Mua, mua! -y la besaba y la achuchaba feliz-,
es la primera muñeca que he tenido en mi vida -decía la niña.
  --Son los primeros besos que he tenido en mi
vida -decía la Pepona,
temblando de emoción en los brazos de la hija de la trapera. 
Viernes
Para finalizar la semana cultural
empezaremos una actividad que puede alargarse tanto como desee el profesor o
dure el curso.
Esta actividad se trata de “El libro
viajero”. Esto consiste en que cada día un niño se lleve el libro a casa, que
durante este último día de la semana cultural elaboraremos.
En el añadirán todas las aportaciones de la
autora que ellos quieran y se inventarán su propio cuento. Según vaya tocando a
los distintos niños, estos podrán ir viendo las aportaciones de los compañeros
y sus cuentos.